Evangelio Joven, Jóvenes SS.CC., PJV

Comentario al Evangelio Joven del 2 de febrero de 2025, domingo de la Presentación del Señor

Autor: José Luis Pérez sscc

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,22-40)

Mayores, jóvenes y niños

Hace ya un tiempo en una reunión de pastoral, analizábamos lo que los jóvenes valoraban más en la vida. Aparecía en primer lugar la familia. Ninguna sorpresa. Uno de los catequistas comentó: “los jóvenes valoran la familia, porque todavía no han descubierto nada más importante que ella”. Esta frase me dio que pensar y al leer el evangelio de este domingo me preguntaba: en esta historia de la familia de Jesús, ¿hay algo más importante que ellos mismos, más importante que el hogar que forman?

En la historia aparecen 5 personajes: dos personas mayores, dos jóvenes y un bebé. Podrían conformar una familia, con sus tres generaciones representadas. Pero entre ellos hay lazos que van más allá de la familia: son lazos creados por Dios. Simeón y Ana, uno sacerdote y otra profetisa, aguardan al Mesías con esperanza; María y José, han acogido al Señor, poniendo a prueba su confianza; Jesús expresa el amor de Dios y la cadena que une a todos las generaciones.

Esa es la Iglesia, la otra familia. En la Congregación hablamos de “espíritu de familia” para señalar ese hilo que nos une a los hermanos y hermanas engavillándonos en un solo manojo, haciéndonos comunidad. Párate a contemplar este domingo a los personajes del evangelio y que tu mirada vaya de la Palabra a tu comunidad parroquial, donde también hay personas de las tres generaciones, dispuestas a creer, amar y esperar. ¿Y si agradeces lo que cada generación aporta? ¿Y si le dices a Dios la suerte que tienes de contar con esta “familia” suya? ¿Y si te comprometes a acercarte a los mayores, a los jóvenes, a los niños de tu parroquia para gustar de este hilo divino que os une a todos?