«Soy un hombre, un pobre viejo, un pobre niño viejo, un simple pobre hombre…» Con estas palabras se definía Esteban Gumucio. Chileno, nacido en 1914, Esteban fue un religioso de los Sagrados Corazones y sacerdote. Un hombre para quien Jesús de Nazaret, su amigo y Señor, se transformó en el centro de su ser y de su actuar.
Esteban estudió en el Colegio de los Sagrados Corazones de Santiago y comenzó el noviciado en la Congregación en 1932. Tras completar su formación, dedicó sus primeros años de ministerio a la educación, en los colegios de la Congregación de Valparaíso y Viña del Mar. De 1947 a 1953 fue superior provincial en Chile y luego, de 1956 a 1963, maestro de novicios en Los Perales.
En 1964, a la edad de 50 años, su vida da un vuelco. Siguiendo la intuición de hermanos más jóvenes, Esteban parte a las poblaciones más pobres de la periferia sur de Santiago. En medio de un apostolado menos planificado y una vida con menos seguridades, Esteban se sorprende «sintiéndose muy feliz». Desde entonces dedicaría el resto de su vida a trabajar entre los pobres y compartir su fe sencilla.
Durante el golpe de Estado en Chile en 1973, Esteban es testigo de todo tipo de violaciones de los Derechos Humanos y comparte el sufrimiento de la gente, sus luchas y temores. A través de la poesía, expresa una mirada profundamente contemplativa de esa realidad. Junto al dolor se percibe siempre en sus textos aquella «testaruda esperanza» que hace posible su sentido del humor y su amor a la fiesta.
Tras vivir cuatro años en San José de La Unión, al sur de Chile, Esteban regresa a Santiago consciente de que a sus 76 años comienza otra etapa: la ancianidad. Hasta su muerte el 6 de mayo de 2001, el Tata Esteban se convierte en un testimonio de entrega y amistad con el Señor: «Soy un viejo bastante feliz y si tuviera que elegir de nuevo, elegiría ser religioso de los Sagrados Corazones y sacerdote».
En 2010 se inició su causa de beatificación, promovida por la misma gente sencilla a la que sirvió y a la que cantó en sus poemas: «la iglesia que yo amo, la Santa Iglesia de todos los días».