Evangelio Joven, Jóvenes SS.CC., PJV

Comentario al Evangelio Joven del 16 de junio de 2024, XI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B

Autor: Francisco Cruz Rivero ss.cc.

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.»
Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.»

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Marcos 4, 26-34

Ser testigo

Escuchamos este domingo dos de las tres parábolas con motivos agrícolas que contiene el capítulo 4 de Marcos. Ya sabemos que Jesús utiliza las parábolas para acercarnos a la realidad poliédrica del Reino de Dios. No usa tanto definiciones, como comparaciones, que nos van adentrando en su sentido. Las parábolas son complementarias a los signos que Jesús realiza. Se explican entre sí y nos van revelando el mensaje de Jesús.

Las tres parábolas (el sembrador, la semilla y el grano de mostaza) pueden interpretarse en clave personal o eclesial. Aunque ninguno somos expresión perfecta del Reino, ni la Iglesia y el Reino son lo mismo. En la parábola del sembrador, con la que comienza el capítulo, conocida por todos y que hoy no forma parte de la lectura litúrgica, se hace hincapié en la tierra. En la necesidad de disponerla para acoger la palabra, el Reino.

En la segunda de las parábolas, primera de la lectura de hoy, la de la semilla, en cambio, se pone el énfasis en la fuerza de la palabra, del Reino para desarrollarse. La semilla tiene fuerza por sí sola. Su fuerza se va desarrollando lentamente, casi imperceptiblemente, misteriosamente. Así es el poder y la manera del Reino de Dios en nuestra vida, en la vida de la Iglesia, en nuestro mundo. En este mundo tan acelerado, en el que necesitamos resultados inmediatos, el Evangelio de hoy nos anima a confiar en la fuerza de la fe para hacer crecer nuestra vida, en tener paciencia con nosotros y con los demás, con nuestro grupo o comunidad, con la Iglesia. Son importantes las experiencias de fe que nos desbordan, nos cuestionan, zarandean, pero es necesario también el cuidado cotidiano de la fe, que a veces nos parece infecundo y rutinario. Ir a misa cada domingo, rezar con el evangelio, permanecer en el grupo, ir al voluntariado, tomarse en serio hacer y revisar el proyecto personal, el acompañamiento, confesarse (a veces de lo mismo durante un tiempo)…

De las experiencias más bonitas para mí es ser testigo de cómo la fe va madurando a las personas con el paso del tiempo. Siempre es más fácil verlo en los otros que en uno mismo. Cuando los primeros a los que di catequesis hoy son padres de familia, trabajadores, asumen responsabilidades en la sociedad…, ves como la semilla va creciendo y dando fruto, pero exige paciencia y constancia. También tomas conciencia de que eres una ayuda, porque durante un tiempo puedes ser el encargado de cuidar esa semilla, pero luego lo hará otro y otro… y casi mejor que sean diferentes los que siembran, riegan, abonan, cosechan… La fuerza es de la semilla, no del agricultor. Este siempre tendrá la tentación de considerar suya la semilla y suyo el fruto. Si la tierra está bien preparada y el sembrador ha hecho bien su trabajo, no hay que sentir miedo o generar dudas o crear dependencias. Hemos de tener confianza en la fuerza de la semilla. Hemos de pensar en el sembrador que planta la semilla, en la tierra que la acoge, en esta que va creciendo, casi misteriosamente, en el agricultor que siega y cosecha. Cada uno pone lo suyo, ni más ni menos.

Cada cierto tiempo conviene pararse a ver cómo va creciendo, que frutos va dando (¡qué importante es la memoria en la fe!) y para esto la ayuda de otros es importante (catequista, animador, acompañante, compañeros de grupo…).

Y la tercera, segunda hoy, de las parábolas es un complicado equilibrio entre la pequeñez de la semilla de mostaza y lo grande del arbusto, que no árbol; entre anidar a su sombra, pero no en sus ramas. La dificultad de compaginar la humildad, la sencillez, la fragilidad… con dar cobijo y proteger (el arbusto no tiene fuerza para que los pájaros aniden en él, solo les da sombra). Nos podríamos preguntar quiénes vienen a cobijarse a nuestra sombra, a quiénes acogemos, para quiénes somos hogar, descanso… A veces tanto esfuerzo en ser altos, fuertes y bellos árboles, pero quizá sin dar buena sombra. ¿Qué actitudes tendría que desarrollar en mí, cómo tendría que organizar mi vida para dar sombra?

Volviendo al principio. Las palabras y los signos de Jesús se complementan. Sus palabras han de alimentar nuestra vida para que sea significativa. Y nuestros actos, si significan, nos ayudan a entender la palabra y a dar fruto.