En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les dijo: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.»
Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Dios les dio a comer pan del cielo.»»
Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.»
Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.»
Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»Juan 6, 24-35
¿Qué hay hoy de comer?
En este domingo, Jesús nos está preguntando: ¿De qué tienes hambre? Y no hace esta pregunta porque vaya a servirnos un buen plato de jamón, de ese que chorrea la grasita cuando lo coges, sino porque en nuestra vida, hoy, no solo tenemos hambre de comida, y eso Jesús, lo sabe.
Nos encontramos con estas palabras en medio del verano, momento de descanso, de pasar tiempo con la familia, de playita, piscina, amigos… y normalmente también tiempo de vacaciones de Dios. Precisamente ahora, cuando estamos desconectados del mundo, Jesús nos hace esta pregunta. ¿De qué tienes hambre? ¿Hambre de amor? ¿Hambre de felicidad? ¿Hambre de seguridad? ¿Hambre de sentido? ¿Hambre de Dios?
Cuando los israelitas anduvieron por el desierto, como nos indica la primera lectura, comienzan a murmurar, a quejarse porque tenían hambre. Y es ahí donde Dios les proporciona todo lo que necesitaban para comer, y esto lo convirtieron en uno de los signos de la Ley. Jesús rompe con ese signo, haciendo ver que lo que los rabinos y los sacerdotes entendían por la Ley, era caduca, perecía ante el tiempo, sin embrago lo que Jesús da de comer es para siempre.
¿Con qué lleno mi vida? La lleno de cosas caducas, que perecen o, por el contrario, busco llenarla de cosas que perduren en el tiempo. El alimento que perdura, el pan de vida que hace que nunca más tengamos hambre, es la palabra de Jesús que leemos en la Biblia. De ahí que sea una de las partes fundamentales de la eucaristía. No solo la comunión nos alimenta, sino también las palabras del Señor que sacian nuestras hambres.
Por lo tanto, te invito a que lleves una dieta sana y equilibrada. Busca un rato en este tiempo de vacaciones para alimentarte del Señor. Trata de encontrar el menú que más te guste. Recuerda que, en verano, las comidas muy pesadas no ayudan, busca alimentos frescos, que te ayuden a calmar el hambre, que te ayuden a vivir este verano como un tiempo de alimentarse bien para poder afrontar el curso que viene con todas las fuerzas que hagan falta.
Hazte esta pregunta: ¿Qué quiero comer hoy?
¡Feliz verano!