Evangelio Joven, Jóvenes SS.CC., PJV

Comentario al Evangelio Joven del 29 de septiembre de 2024, XXVI Domingo del Tiempo Ordinario ciclo B

Autor: Tomás Esquerdo sscc

En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.»

Jesús replicó: «No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida, que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.»

Marcos 9, 38-43. 45. 47-48

Modo Cristo

Hacer las cosas en nombre de algo, o de alguien, es una antigua y curiosa expresión, que lamentablemente ha quedado en desuso en nuestros días. Es una forma de firmar las acciones que realizamos. Se trata de una expresión que entrelaza dos valores, de nuevo poco comunes hoy, la autoridad y el honor. La autoridad es concedida a quien tiene capacidad para gobernar, dada a aquellos que son dignos de ser seguidos. El honor tiene que ver con la reputación, lograda a través de acciones buenas y dignas.

Si lo pensamos detenidamente, hoy en día puede ser complicado encontrar personas dignas de autoridad y honor, personas de las que poder decir “yo actúo en nombre de fulano”; “quiero que este habite en el fondo de mis acciones”. Tampoco en tiempos de Jesús, con tantos ídolos y baales, sería sencillo decir que uno actúa con la autoridad de Cristo, en su nombre.

Pero, ¿qué es actuar en nombre de Cristo? ¿Qué es eso de estar bajo su autoridad? ¿Qué es ser una persona de honor, como los caballeros templarios de antaño? Es lo que yo llamo vivir en “modo Cristo”, con su sello puesto. Significa vivir reconociendo que el centro debe ser Él. Y esto, al mismo tiempo, supone descubrir que mi forma de seguirle no es la única forma de seguimiento posible (casi hay una por cada persona). Finalmente, vivir en “modo Cristo” significa fascinarme aprendiendo que sus modos no son mis modos, y que Cristo es todavía más maravilloso cuando soy capaz de abrirme al bien que otros hacen en su nombre. Ojalá todos nos dejemos mover por ese Bien representado en el Crucificado.

Todo esto está muy bien, pero no parece explicar la segunda parte del texto de este domingo. ¿Cómo conectar el actuar en “modo Cristo” con el pecado? Somos por lo general muy conscientes de qué cosas no nos acercan a Dios. De hecho, cometemos errores que nos alejan de Dios de tal modo, que nos cuesta firmar con nuestro nombre, o decir que somos nosotros quienes los hemos realizado. Son aquellas actitudes que nos quitan autoridad y nos manchan la honra. No es nada del otro mundo, todos tenemos fallos. Pero, actuar en “modo Cristo” en estos momentos se vuelve un poco más complejo al tiempo que más hermoso.

¿Cómo actuar en modo Cristo cuando metí la gamba? El primer paso es reconocer, hacerme consciente de qué cosas no me acercan a Dios. Eso ya tiene que ver con actuar en nombre de Cristo. En segundo lugar, enmendar las faltas cometidas, para lo cual precisaré de valentía (como los caballeros de honor). En último lugar, a veces muy ignorado, necesitaré de voluntad para querer y lograr cambiar aquello que no hago del todo bien. Esa es una hermosa manera de hacer las cosas al modo en que Cristo las haría.

Finalmente, lo más increíble es descubrir que, al hacer las cosas en nombre de Cristo, no solo no dejamos de hacerlas nosotros, sino que además somos más nosotros mismos haciéndolas; que incluso cuando soy incapaz de responder de mis actos, actuando al modo de Cristo, recupero la autoría de mi vida. Así, podré darme cuenta de que he actuado en nombre propio cuando actuaba en nombre de Cristo. Descubro entonces que me he vuelto una persona de autoridad y honor como las que escasean en estos tiempos.