Evangelio Joven, Jóvenes SS.CC., PJV

Comentario al Evangelio Joven del 2 de marzo de 2025, VIII Domingo del Tiempo Ordinario ciclo C

Autor: Noemí García

EN aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».

Lc 6, 39-45

¿Quién nos puede dar lo que nos falta

Este Evangelio que se nos ofrece a profundizar, nos da ocasión de constatar que nos necesitamos unos a otros, para complementar aquello que vemos, sentimos o reflexionamos. Para ser todo cuanto estamos llamados a desplegar, necesitamos de los demás. En los otros hay un hueco para mí y ahí también está el rostro de este Dios al que busco y necesito.

Hay un refrán popular que dice que, “si un ciego lleva a otro ciego, topetazo que me pego”. Y contiene la misma lógica con la que comienza este evangelio. Si sólo pretendemos ofrecer ideas, que otros sigan aquello que proponemos y no nos detenemos en descubrir, asimilar, que no tengo ni poseo toda la realidad, ni toda la verdad, estaré intentando guiar desde mi ceguera y mi pobreza.

De ahí que se nos invite a tomar consciencia de la mota que tenemos cada uno, de aquello que nos hace ser finitos, limitados, cometer errores… Se nos invita a que lo atendamos para permitir que otros nos completen, nos acompañen a ser mejores, que otros hagan el camino junto a cada uno. Donde sintamos la llamada al individualismo, busquemos el antídoto con la fraternidad, dónde aparezca con fuerza que sólo cada uno tiene la clave del éxito, busquemos el antídoto de la gratitud para quienes me cuidaron, me regalaron su incondicionalidad.

Aquello de lo que cada uno carecemos podemos encontrarlo en los demás y disfrutar de la riqueza de los otros sin examinarla, sin competir… disfrutando de la condición tan hermosa que tenemos de ser hijos e hijas de este Dios que es nuestro padre y que nos hace ser hermanos y hermanas.

Este ejercicio de saber que no tengo todo, que tengo un lado ciego y que necesito de los demás, me permite encontrarme con el bien, la bondad. Se me abren los ojos a descubrir fuera de mi mí, a la mirada atenta que reconoce lo bueno fuera, en lo diferente.

Porque cuando bajo las barreras que me defienden del otro y me permito recibir y ser con los demás, descubro justo lo que dice este hermoso texto: cada árbol se reconoce por su fruto.

En este evangelio Jesús, nos invita a caminar unidos por su mismo camino. Dar un fruto bueno, es potenciar en nosotros la tarea de humanizarnos, aprovechando el tiempo que se no da, para asumir lo que nos falta. Y elegir siempre, aquello que me hace más humano, más de Jesús y cómo Jesús. Jesús es la puerta de acceso a Dios y en Jesús, encontramos todo lo que nos falta. Para crecer en esta tarea de humanizarnos, necesitamos participar de la bondad de las cosas, respirar el aire de la confianza, y ese camino que tanto nos falta, lo transitamos con Jesús. Él es el fruto bueno, el mayor bien, Él es el camino, la verdad y la vida.