En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
San Marcos 6, 7-13
Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Ligeros de equipaje
Apuesta por lo seguro. Ve con el caballo ganador. No te arriesgues.
Atesora. Acumula ganancias, aprendizajes, experiencias… Hazte un buen currículum que te abra puertas en todas partes.
Y llegas tú, Jesús,
Y llamas, y envías con otros, imperfectos, sin experiencia, novatos…
Y llamas y das autoridad (que no autoritarismo), confías, capacitas, fortaleces, crees en las personas.
Y llamas, y encargas expresamente que seamos peregrinos. Un bastón y unas sandalias: lo esencial para el camino. Y nada de asegurarnos el alimento, ni el vestido… Seguirte es caminar a tientas, sin posesiones (ni siquiera la de la verdad), sin estatus, sin más.
Y llamas, y nos preparas para un posible rechazo. Que el evangelio no va de regalar los oídos. Pero hay que estar, decir, comunicar, implicarse hasta el final.
Y llamas, y en tu Nombre, contigo, con otros, se obra el milagro: lo enfermo sana, el mal se ahuyenta… nos haces hermanos.
¿Mis seguridades? ¿Mis riesgos? ¿Mi caminar? ¿Mi mundo de relaciones? Transfórmalo todo tú, que no dejas de llamar.