En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»
Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.» Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»Marcos, 7,1-8.14-15.21-23
Propósitos
Este domingo es 1 de septiembre, en el calendario una temida fecha de reinicio, de vuelta a la rutina, de dejar atrás los dos meses de verano y sol. De la temida, o a veces ansiada, «vuelta al cole». Y para este momento, el evangelio parece que se nos pone un poco crudo y habla con claridad y seriedad. Y quizá este reinicio haga que el moreno se nos vaya rápido y el ambiente se vuelva gris.
La tentación en este tiempo es quedarnos en la lista de «cosas impuras» que podemos cometer, y que «a Dios no le gustan», y así comenzar ya septiembre con una lista de tareas en las que podemos decirnos: «Tengo que…», para no caer en todas esas cosas, y hacer una lista interminable ya con algo de sensación de culpa incluso.
Los buenos propósitos de septiembre son buenos si tiran de nosotros, pero lo malo es que dependen de nuestra voluntad, de nuestra capacidad de resistencia, de nuestros propios puños, y quizá así, tengan poco recorrido.
Creo que la clave para comprender este evangelio, y llevar este inicio de septiembre con algo de anchura y elegancia, está en volvernos en este caso a la primera lectura y el salmo, al Antiguo Testamento, y escuchar como Dios dice en el Deuteronomio por boca de Moisés: «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada; así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos (…)».
Y como el salmo nos revela cómo son aquellos que viven según la Ley de Dios:
El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no critica con su lengua.
El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará.
Y el salmo continúa diciendo, que esos son los que pueden hospedarse y habitar la tienda del Señor, para nosotros, el Corazón de Dios.
Por todo esto, quizá es bueno recordarnos en este inicio de septiembre que la única ley, el único buen propósito que este nuevo curso tenemos que tener, es vivir desde está ley de amor en las cosas pequeñas, en lo de cada día, en el nuevo horario, en el café compartido, con el vecino, el compañero, el hermano, y por supuesto conmigo misma. Y que esto no depende de mi voluntad, resistencia o capacidad, si no de si tengo puesta la mirada y el corazón en Dios, y preguntarme: ¿Qué haría Jesús si fuera yo este 1 de septiembre?