En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
San Marcos 9, 2-10
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».
Entregar la vida
Dos son los puntos importantes que nos quieren resaltar las primeras lecturas de hoy:
Dios quiere, desea que el hombre/mujer, su criatura le ame y le respete. Pide de su pueblo fidelidad inquebrantable y permanente. Pero, ¿quién puede ser perfecto y nunca fallarle a Dios? ¿Quién es fiel hasta tal punto que entrega su propia vida a Dios?
Y, aún más, ¿Quién mataría a su hijo porque Dios lo pide? Este es el caso de nuestro padre Abraham, considerado el padre de las tres religiones monoteístas. En Él encontramos la persona que fue capaz de demostrar su fidelidad inquebrantable a Dios, disponiéndose a quitarle la vida a su hijo, como Dios le había exigido.
Lógicamente, como Dios es un Dios de vida, no lo iba a permitir y salvó al hijo de Abraham, mostrando, una vez más, su corazón misericordioso. Sobre esa fe firme y fuerte de Abraham, el Señor quiso establecer el futuro de su pueblo y le prometió numerosa descendencia como las arenas de las playas.
Pero, sin embargo, cuando le tocó el turno a Jesús, su propio Hijo, no ocurrió lo mismo. Dios, aparentemente, no intervino… No frenó la mano asesina. ¿Por qué no paró el Señor la muerte de Jesús? ¿Por qué no envío algún ángel a parar aquello? Es más, el Evangelio de hoy dice que Dios reveló que ese, precisamente, era su hijo amado… y… sin embargo… permitió que muriera…
Hoy no te voy a resolver esta pregunta. Te doy toda la Cuaresma para resolverlo.