Dios nos habla a todas horas
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Mateo 13, 1-23
Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.»

Como Jesús aquel día, también nosotros salimos de casa cada mañana para… ¿para qué? Probablemente para realizar nuestras tareas cotidianas, las “obligadas” y las que hacemos por elección. Y probablemente, aunque no acuda a nosotros mucha gente como le pasaba a Jesús, sí que entramos en contacto con un montón de personas. Las que forman parte de nuestra vida más próxima: amigos, pareja y familiares; así como gente diversa: compañeros de estudios o de trabajo, el autobusero, el panadero, el vecino en el ascensor, y así un sinfín de “desconocidos” que forman parte del conjunto de situaciones diarias en las que se desarrolla nuestro día a día. Todas ellas parábolas a través de las cuales Dios nos habla mucho rato y nos cuenta muchas cosas, si tenemos oídos para oír.
Fíjate hoy en la parábola que Dios te está regalando en este momento de tu vida. Pídele a Él la fe y la confianza para reconocer su Palabra y para creer que ésta empapa tu vida y la transforma, si le dejas, en tierra fecunda de amor para el mundo.