Evangelio Joven, Jóvenes SS.CC., PJV

Comentario al Evangelio Joven del 17 de agosto de 2025, XX Domingo del Tiempo Ordinario ciclo C

Autor: Nacho Moreno sscc

Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,49-53):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».

¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra?

El Evangelio de hoy nos puede resultar bastante extraño por las palabras de Jesús, tan desacostumbradas, y también bastante incómodo. “He venido a prender fuego a la tierra, y cuánto deseo que esté ardiendo”. Nos suenan mejor otras cosas, misericordia, consuelo, amor… fuego, pero del Espíritu, paz pero no división, amor pero no exigencias. Un Jesús desconocido, un Dios extraño, que habíamos dejado más para el tiempo pasado, un justiciero que arrasa y divide a buenos y malos.

Los profetas denuncian el mal y anuncian lo que está por venir, digamos que el Reino nuevo. Jeremías hablaba del consuelo de Israel, pero antes señaló que los problemas venían de la infidelidad a la Alianza: “con semejantes discursos ha desmoralizado a los soldados y a los demás”. El castigo fue el exilio, el premio volver a la tierra de los padres. Al profeta incómodo le meten en un aljibe, y sale vivo de milagro. Él se jugó la vida, por fidelidad y por coherencia.

Disculpad por el ejemplo personal. El P. Vicente Arnés sscc fue un referente para muchos, entre otras cosas por su coherencia. Una coherencia que, le dije una vez, era insultante para los frívolos, o para los tibios, dicho en plan clásico. De él aprendimos lo que nos jugamos, lo que se nos pide, lo que podemos alcanzar.

Jesús trae la misericordia de Dios, es el amor absoluto del Padre, ese que nosotros solo podemos reflejar. Es un regalo para nosotros, ciertamente, con sus exigencias. Decir la verdad, exigir el bien, denunciar el mal, intervenir de alguna forma en la mejora del mundo, apostar por el amor incondicional y no correspondido. Podemos reconocer que vivimos más bien un cristianismo cómodo, sin complicaciones, de ir al templo y pensar en mí mismo, de buscar la intimidad con el Señor, pero no sus consecuencias. Hasta podemos ser profetas de salón, que no arriesgan nada y solo hablan. ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. La coherencia con lo que creemos es profundamente incómoda y divide.

¿Ardía nuestro corazón al escuchar la Escritura? Ese es el fuego que prende Jesús. ¿Lo hemos olvidado? Si queda en nosotros algún rescoldo, por pequeño que sea, puede revivir, es nuestra buena noticia. No estamos atados a nuestros límites, a nuestra incoherencia o a nuestra frivolidad. “Yo esperaba con ansia al Señor y él escuchó mi grito”, hemos rezado en el salmo. Sigamos por ahí.