El viaje a Tierra Santa no se hace para visitar monumentos, disfrutar de comidas exóticas, tomar el sol en una playa o contemplar ruinas. El viaje a la tierra elegida por Dios para hacerse hombre se hace en peregrinación a lo sagrado, en fe conjunta y profunda, en sentimiento en complicidad, en emociones que descarnan las dudas y afloran nuestras miserias para transformarlas en amor reconciliador y en seguimiento, a la vez callado y compartido a gritos.
Sí, compartido a gritos silenciosos por un grupo inmejorable, tres parroquias diferentes pertenecientes a los Sagrados Corazones en Sevilla, Málaga y Madrid, gente buena con un vínculo común en Pablo, y no me refiero a Saulo, que también, sino a Pablo Márquez, sacerdote de la Congregación que ha sabido cohesionar el grupo como solo él podría hacerlo. Un grupo de veintinueve peregrinos con diferentes ideas y motivaciones, al que Pablo ha ayudado a vivir la fe en Comunidad, sintiendo y viviendo la Eucaristía, el Evangelio y aunando el sentimiento contradictorio de sorpresa y cercanía en cada uno de los muchos lugares santos visitados. Todo ello adornado por las explicaciones históricas y religiosas detalladas, el conocimiento profundo de la compleja tierra de Israel, el toque de ironía y humor acertado en cada momento, el detallado vivir litúrgico y la bondad y disposición al servicio de nuestro guía Gerardo Dueñas.
Hemos visitado entre otros lugares: Caná de Galilea, Nazaret, la Basílica de la Anunciación, el Monte Tabor. También el monte de las Bienaventuranzas y Cafarnaúm. Hemos visitado Magdala y renovado nuestras promesas bautismales en el río Jordan. Nos hemos dado un baño en el mar Muerto y hemos tenido una oración común en Belén, en la Basílica de la Natividad. Visitamos Ain Karen y también el Calvario. Después nos recibió el Patriarca de Jerusalén junto al grupo de la Parroquia de Los Ángeles. Hemos visitado la tumba vacía de la Virgen María, después la casa de Caifás, el Cenáculo y hemos entrado al Santo Sepulcro. El viaje a Tierra Santa no se hace para visitar monumentos, disfrutar de comidas exóticas, tomar el sol en una playa o contemplar ruinas. El viaje a la tierra elegida por Dios para hacerse hombre se hace en peregrinación a lo sagrado, en fe conjunta y profunda, en sentimiento en complicidad, en emociones que descarnan las dudas y afloran nuestras miserias para transformarlas en amor reconciliador y en seguimiento, a la vez callado y compartido a gritos.
Al volver a España no llegamos como antes, hemos cambiado, somos diferentes. Porque algo en cada uno de nosotros nos hace saber que hay siempre un antes y un después de Galilea, de Jerusalén y de esta maravillosa peregrinación. Y este grupo siempre seguirá unido, porque lo que ha unido Dios…
Juan Garrido