Beato Eustaquio

Eustaquio (Huberto de bautismo, y familiarmente Huub) nació en Aix-Richtel (Holanda) en 1891, en medio de una familia en la que «trabajar y rezar eran las dos cosas que se hacían en casa… Éramos 11 hijos: 8 chicas y 3 chicos, de los cuales uno se haría sacerdote religioso y tres de las hijas entrarían en un Convento en las Hermanas de Schijndel».

A los 11 años hizo su Primera Comunión en Beck, en 1901. Su padre había pensado en él como posible ayudante en la campaña, y como sucesor más tarde. Pero él le manifiesta su gran deseo de llegar a ser sacerdote.

«El 25 de septiembre de 1905 inicia sus estudios en el seminario menor de los Padres de los Sagrados Corazones, en Grave. Tenía 15 años.

Tuvo que trabajar duramente para superar los exámenes. Ciertamente no era de los mejores de la clase… Pero sus esfuerzos eran patentes a todos, así como su piedad ejemplar y su grande espíritu de oración».

«No va bien en los estudios, decía su superior, pero su celo repara todo». Y él sufría mucho, no porque no podía soportar la humillación, sino porque temía no poder llegar a ser sacerdote.

«El 25 de septiembre de 1905 inicia sus estudios en el seminario menor de los Padres de los Sagrados Corazones, en Grave. Tenía 15 años.

Tuvo que trabajar duramente para superar los exámenes. Ciertamente no era de los mejores de la clase… Pero sus esfuerzos eran patentes a todos, así como su piedad ejemplar y su grande espíritu de oración».

«No va bien en los estudios, decía su superior, pero su celo repara todo». Y él sufría mucho, no porque no podía soportar la humillación, sino porque temía no poder llegar a ser sacerdote.

En este deseo de hacerse sacerdote se mantuvo fuertemente en medio de las dificultades y de la opinión de su padre, que, sin embargo, no impedía a su hijo ser sacerdote, pero reconocía no ser fuerte en los estudios para poder llegar a su intento.

Por eso un día le dijo: «Muchacho, tú no puedes con los estudios». Su respuesta fue: «Yo haré lo mejor que pueda, pero nosotros debemos tener más confianza en Nuestro Señor y las cosas irán mejor.»…»Esta confianza en Nuestro Señor era su característica».

Se preparó conscientemente al sacerdocio: «Os ruego, hermanas mías religiosas, seáis durante toda mi vida sacerdotal, mi Moisés sobre la Montaña.

Haciendo esto, dais vuestra vida y vuestros trabajos por el feliz éxito de mi ministerio sacerdotal. Sed todas juntas apóstoles, apóstoles por la oración y por el amor».

El 10 de agosto de 1919, en la capilla del Escolasticado de Teología de Ginneken, recibió con otros siete compañeros más la ordenación sacerdotal.

Su primer ministerio lo ejerció durante dos años en Maasluis (Holanda). Secundando sus deseos misioneros fue elegido para ir al Brasil (11), donde llegó el año 1925 con otros dos Padres, y abrieron su primer casa en Agua Suja, hoy llamada Romaría (Estado de Minas Gerais). Allá estuvo 10 años, como párroco.

En Poá, Estado de São Paulo, ejerció su ministerio durante seis años: de 1935 a 1941. Su lucha contra el espiritismo y el cuidado y asistencia a los enfermos le llevaba todo su tiempo.

Había días que llegaban a Poá de ocho a diez mil personas. Demasiada gente para un pueblo o un suburbio de São Paulo, que no reunía condiciones higiénicas, ni disponía de recursos para tantos.

El pequeño ferrocarril de Poá a São Paulo era insuficiente.

¿Quién impulsaba a aquella pobre gente enferma a hacer kilómetros y kilómetros solamente para recibir una bendición del P. Eustaquio con la esperanza de curarse? ¿Por qué Obispos, párrocos y sacerdotes orientaban a los enfermos a acudir a P. Eustaquio? ¿Por qué en medio de tanta gente y de tanto barullo inevitable, «toda su actitud, escribe el Abad del Monasterio de San Benito, era de humildad sencilla, de paz y de tranquilidad interior?».

Pero aquel ir y venir de enfermos alarmó a las autoridades civiles y eclesiásticas. Se le acusó además, de que recetaba medicinas y de que daba bendiciones indiscriminadamente e inventándolas.

A esto reaccionó el Arzobispo, quien por medio de su Vicario General, que es quien lo testimonió, le amonestó severamente “porque recetaba medicinas” y le prohibió expresamente dar en adelante bendiciones a los enfermos.

No obstante, a causa de la situación que se creaba en Poá por la enorme cantidad de gente que venía, las autoridades civiles hablaron con el Arzobispo y éste con el Provincial, y decidieron que el Padre saliese de Poá, como solución más fácil para resolver la situación.

Y para evitar lo que había ocurrido en Romaría ante su marcha, P. Eustaquio salió durante la noche sin decir. Se dirigió hacia el norte recorriendo algunos lugares y llegando por fin a Río de Janeiro, donde con el P. Pro-Provincial se presentó al Cardenal Lema, solicitando poder residir en su archidiócesis y ejercer el ministerio.

El Cardenal concedió la petición, pero con una reserva que expresó allá mismo: «El día que a causa de su ministerio las gentes de las colinas empezasen a bajar a la ciudad y ser causa de trastornos en el tráfico de la ciudad, ese mismo día él (P. Eustaquio) deberá salir de la ciudad inmediatamente».

Mucho debía haber oído el Cardenal para formular en esos términos aquella reserva. Pero así fue. Los dos Padres la aceptaron.

Y P. Eustaquio para evitar toda publicidad procuraba no hacerse ver yendo de incógnito y solamente a visitar los enfermos que lo llamaban en las familias, pero siempre poniendo a disposición de los enfermos los dones que el Señor le había concedido.

Como las paredes oyen, se empezó a hablar otra vez de milagros y se enteró la prensa, con lo cual empezó el caos en el tráfico a causa de la gente que lo buscaba. ¿Y qué es lo que ocurrió? Pues lo de siempre, como a Dios, que es quien hace los milagros no lo podemos tocar, se arremetió contra el instrumento.

La respuesta del Cardenal no se hizo esperar. Una noche sonó el teléfono en la Casa Provincial y una voz en la otra parte del hilo ordenaba que de parte del Sr. Cardenal aquella misma noche P. Eustaquio saliese de Río de Janeiro. Ante las prisas, el ser de noche, y el haberse ofrecido un señor conocido a llevárselo a su «Fazenda S. José», Padre Eustaquio acompañado del P. Provincial salió al día siguiente para dicha finca, donde residió durante cinco meses con el falso nombre de «P. José».

Hasta esto aceptó para evitar ser conocido. Oculto y reducido al silencio, solo podía decir la Misa y hacer un poco de ministerio entre los colonos de la finca.

Pero su situación no podía agradarle ni a él, ni al Provincial, ni a ninguno. Quiso irse a Portugal, Argentina o Chile, pero el P. Provincial, que conocía lo que tenía en él, no lo quiso soltar, y trató de buscar otra solución.

No era fácil. El mismo P. Eustaquio ayudaba a buscar soluciones. Por fin uno de los consejeros de la pro-provincia, ante aquella penosa situación del Padre, solicitó del Provincial llevárselo a su casa, en Patrocinio, donde se le dejaría empezar a ejercer el ministerio, pero con ciertas restricciones y de acuerdo con un reglamento estricto que se le impondría.

A todo se sometió el Padre sin replicar. Y salió para Patrocinio (en Minas Gerais) donde solo podía decir Misa y algo de ministerio solamente en el confesionario y a horas limitadas.

Después de algún tiempo, se le encargó de la parroquia de Ibiá, pueblo cercano, donde solo estuvo cuatro meses (tiempo suficiente para dejar medio construido un hospital), porque el Arzobispo de Belo Horizonte, Mgr. Antonio Cabral, habló al P. Provincial y le ofreció para P. Eustaquio una parroquia, que habían dejado los Padres dominicos, en la ciudad de Belo Horizonte.

El P. Provincial y P. Eustaquio aceptaron. Era abril de 1942. El mismo Arzobispo poco a poco fue concediéndole ejercer el ministerio en toda la ciudad cuando los otros párrocos lo solicitaban. Predicaba retiros, novenas y confesaba mucho, a veces hasta altas horas de la noche.

Con él el cambio de costumbres y el renacimiento de la fe fue en progreso continuo. Baste saber que al año y cinco meses de su llegaba, inesperadamente, muere el Padre Eustaquio, el 30 de agosto 1943, a causa de un tifus exantemático, incurable por entonces; y que difundida la noticia por la radio, todas las calles, que rodeaban el Sanatorio donde había fallecido, se hicieron intransitables en pocos minutos por la gente que acudió.

Y al día siguiente, la gente de Belo Horizonte, y de otros lugares que vinieron al entierro, abarrotaron la calle de cinco kilómetros, que conducía al Cementerio de Bonfim, y en silencio y a pie lo acompañaron por última vez llevando sus restos mortales a hombros.

Cosa parecida, aunque en menor escala, se repitió al día siguiente y días posteriores. Su tumba siempre estuvo y está también hoy día llena de flores, y acompañada de gente que reza y pide con fervor su intercesión.

Cuando se conoce un poco la historia de la vida del P. Eustaquio van Lieshout, se ve que de alguna manera ella manifiesta la grandeza del hombre, que encuentra el sentido de su vida en el darse por la causa del Reino, viviendo los valores evangélicos, amor a Dios y al prójimo, con sencillez, generosidad y olvido de sí mismo.

Esta diría ha sido la realidad de la vida de P. Eustaquio: entrega total a Dios en la intimidad de la oración (profunda devoción al Santísimo Sacramento, a la Santísima Virgen María y a San José); entrega total a Dios en el cumplimiento de sus deberes sacerdotales y religiosos, y en el grande celo por el bien de las almas; entrega total y desinteresada hacia Dios en el prójimo, particularmente en el prójimo más necesitado: pobres, enfermos y pecadores.

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