¿Qué es un religioso de los Sagrados Corazones?

por Julio García Álvarez, ss.cc

 

 

  1. El religioso de los Sagrados Corazones es y se siente parte de la Iglesia de Jesucristo.

 

Como todo cristiano, el religioso de los ss.cc. crece en la fe y vive su vida de hijo de Dios en el seno de la Iglesia, el Pueblo de Dios, y en comunión con ella.

 

La Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, a la que pertenecen los religiosos de los ss.cc., es parte de la Iglesia.

 

Es una familia religiosa de vida apostólica, reconocida por la Iglesia universal, que nace en Francia a finales del siglo XVIII, durante la Revolución Francesa. Un hombre y una mujer, Pierre Coudrin y Henriette Aymer, ponen los cimientos: son los fundadores de la Congregación.

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  1. El religioso de los Sagrados Corazones sigue al Señor por el camino de la vocación a la vida religiosa.

 

Todos los cristianos están llamados a la santidad, a desarrollar plenamente el germen de vida divina recibido en el Bautismo. Por medio de él, todos quedan consagrados a Dios, llamados al seguimiento de Jesús, ungidos con la fuerza del Espíritu Santo.

 

Sin embargo, los caminos concretos de realización de esta vocación cristiana común son bien distintos.

 

Cada una de las vocaciones cristianas – la vocación sacerdotal, la vocación religiosa, la vocación laical – es un camino particular de respuesta a la llamada personal de Dios a seguir los pasos de Jesús.

 

El religioso entiende su vida como una respuesta profunda, personal y consciente a la invitación de Cristo a seguirlo a tiempo completo, a corazón completo y arriesgando toda la vida.

 

Se entiende la consagración en la vida religiosa sobre todo como una relación con Cristo, libremente expresada a través de la profesión de los votos, que antes que nada son una afirmación rotunda de Cristo y de su señorío sobre la propia vida al completo.

 

Los votos de pobreza, castidad y obediencia, más que como negaciones, son vividos como el despliegue positivo de tres grandes capacidades del hombre puestas al servicio de la persona de Cristo y de su Reino: la capacidad de amar gratuitamente y sin pedir nada a cambio, la capacidad de no tener otro norte que la voluntad del Padre hecha criterio vivo en Jesucristo, la capacidad en fin de no tener otra riqueza que el Señor y compartir lo que somos y tenemos en sencillez y sobriedad.

 

Por tanto, el seguimiento de Jesús en la vida religiosa marca profundamente la configuración concreta que adquiere la propia vida.

 

El religioso no la configura autónomamente, la entrega poniendo como centro vital a la Persona de Jesús y su Reino: es el resultado de haber encontrado el tesoro o la perla, de los que habla el Evangelio.

 

En este sentido, lo que llamamos «consejos evangélicos», los votos de pobreza, castidad y obediencia, no serían sino lo que se vende para comprar el tesoro, la consecuencia y la exigencia de configurar la propia vida en sus opciones más importantes desde esa entrega incondicional a Jesús y al Reino, que nos ha seducido.

 

 

  1. El religioso de los Sagrados Corazones vive la respuesta a la llamada recibida del Señor dentro de una Congregación, que tiene su propia carisma o don recibido del Señor para bien de su Iglesia: el carisma de los Sagrados Corazones.

 

Utilizando una expresión que viene del propio Fundador, «la consagración a los Sagrados Corazones de Jesús y de María es el fundamento» de la vida y misión que realiza la Congregación de la que el religioso de los Sagrados Corazones forma parte.

 

Hablar del Corazón de Jesús es sobre todo hablar de la fe en el amor personal, tierno e incondicional de Dios por nosotros y en la forma bondadosa con la que Él guía nuestras vidas, es evocar el constante sentimiento de ser amado por Él.

 

Es hablar del maravilloso amor de Dios, es subrayar las dimensiones de amor y ternura del amor de Dios y sentir la invitación que nos hace en Jesús a adoptar las actitudes de quienes «hemos creído en el Amor» (1 Jn. 4,16).

 

Hablar del Corazón de María es poner los ojos en ella, que por su fe, su mirada contemplativa, su entrega de todo corazón es un modelo para nosotros en nuestra búsqueda por entrar en el Corazón de Jesús, es hablar de la vida convertida en acogida, disponibilidad sin reservas para los planes de Dios.

 

Consagrarse a los Sagrados Corazones es orientar el conjunto de la vida – las convicciones, la forma de vida, la convivencia, la proyección apostólica, la respuesta cotidiana a la invitación de Cristo a seguirle más de cerca – a partir de lo que la expresión «Sagrados Corazones» nos evoca.

 

De ahí deriva para el religioso de los Sagrados Corazones una determinada manera de comprender a Dios y relacionarse con Él, así como de vivir el conjunto de las relaciones con los hermanos de comunidad y con la gente en general. De ahí brota una peculiar manera de ver la realidad del mundo como escenario y destinatario del Amor de Dios, y de responder las llamadas que descubrimos cuando miramos la vida con los ojos de Dios.

 

Los religiosos de los Sagrados Corazones expresamos sintéticamente todo esto diciendo que «nuestra misión es contemplar, vivir y anunciar al mundo el Amor de Dios encarnado en Jesús».

 

 

  1. El religioso de los Sagrados Corazones hace suyas las actitudes, opciones y tareas que llevaron a Jesús al extremo de tener su Corazón traspasado en la Cruz.

 

El religioso de los Sagrados Corazones no contempla a Dios en las nubes. No se apunta a la fe y confianza en un Dios que no tenga que ver con lo que les pasa a los hombres. No cree ni vive de un Dios «desapasionado y lejano». Contempla incansablemente al «Dios de Jesús», que sale de sí y entra en la historia de los hombres, con un propósito claro de liberación y de salvación.

 

Decía el Fundador: «En Jesús encontramos todo; su nacimiento, su vida y su muerte: he ahí nuestra Regla». La vida de Jesús (las «cuatro edades») es el principio determinante de la vida, misión y tareas de la Congregación y de cada uno de sus miembros.

 

El religioso de los Sagrados Corazones no tiene ningún icono mejor para contemplar a Dios que el de Jesús clavado en la cruz con el Corazón traspasado. A eso lleva el dinamismo del Amor salvador de Dios.

 

Este camino recorrido por Jesús es también el camino que recorrió su Madre, María, como primera discípula suya, convertida así en modelo de fe en el Amor de Dios y en compañera aventajada en el camino de ir entrando progresivamente, desde la confianza y al mismo tiempo desde la oscuridad, en la misión llevada a cabo por su Hijo.

 

El religioso de los Sagrados Corazones es empujado a hacer camino con Jesús hasta entregar el último aliento, haciendo verdad las palabras con las que se comienza y expresa la consagración en la profesión religiosa: «… como hermano de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, a cuyo servicio quiero vivir y morir».

 

Podrá decir al final del recorrido, con uno de los hijos más queridos y admirados de la Congregación, el P. Damián de Molokai, «… qué dulce se me hace el morir, cuando pienso que muero como hijo de los Sagrados Corazones».

 

 

  1. El religioso de los Sagrados Corazones quiere identificarse con la actitud y la obra reparadora de Jesús.

 

La contemplación del Amor de Dios hace al religioso consciente de lo hondamente que apuesta Dios por el bien de los hombres.

 

En la plenitud de los tiempos nos envió a su Hijo. Y Jesús no se quedó con los brazos cruzados ante la presencia del mal y del pecado, personal y colectivo, y lo desfigurado que quedaba así el designio de amor de Dios para el mundo.

 

Basta recorrer los Evangelios para descubrir a Jesús entregado con pasión a cuantos lo pasan peor, porque todo eso se opone frontalmente a lo que el Amor de Dios Padre quiere para todos sus hijos, para el mundo.

 

Porque de eso se trata, de reparar. Puede resultar una palabra extraña, pero está bien cerca de la realidad de cada día, por más que estemos en la época del «úselo y tírelo». «Usar y tirar» … puede valer para las cosas, pero nunca para las personas.

 

Y lo mismo que reparamos los objetos deteriorados, si miramos la realidad con los ojos de Dios, con los ojos de Jesús, el religioso de los Sagrados Corazones sabe muy bien que no puede cantar ingenuamente la hermosura de la salvación, sin descubrir las sombras que saltan a la vista.

 

La vida real le pone como a Jesús delante de demasiadas heridas, demasiadas carencias, demasiados dolores, demasiadas injusticias, demasiada esperanza perdida, demasiada soledad, … como para no prestar la mente, el corazón y las manos a Jesús identificándose con Él.

 

Por eso, antes que nada, nuestra reparación es comunión con Él. Si «su alimento fue hacer la voluntad del Padre y su obra reunir por la entrega de su vida a los hijos de Dios dispersos», el religioso de los Sagrados Corazones no puede tener otra inspiración que la que viene del Corazón traspasado de Jesús y, en consecuencia, no puede dejar de estar al lado y a favor de cuanto es hacerse solidario de los hombres y mujeres víctimas del pecado del mundo, de la injusticia, del odio, …. de cuanto sea trabajar por construir un mundo de justicia y de amor, que son los signos del Reino de Dios… Eso es «la reparación».

 

 

  1. El religioso de los Sagrados Corazones bebe en lo más hondo y cristalino de las fuentes de la vida cristiana: la Eucaristía.

 

Es conocida la expresión del Concilio Vaticano II: «La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza», una verdad aún más honda si cabe, cuando nos referimos a la Eucaristía, que es el corazón y centro de la celebración cristiana.

 

Y es conocida también la frase del P. Damián: «El Santísimo Sacramento es la verdadera fuerza para todos nosotros. Sin la presencia continua de nuestro Divino Maestro en el altar de mis pobres capillas, jamás hubiera podido perseverar en quedarme con los leprosos de Molokai» (año 1886).

 

Ahí se encontraba el secreto que buscaba Gandhi al acercarse a la figura del P. Damián e investigar las fuentes de su entrega heroica.

 

El religioso de los Sagrados Corazones alimenta su vida y su compromiso entrando en comunión con Jesús en la Eucaristía: la acción de gracias de Jesús Resucitado, el Pan de Vida, la presencia del Amor.

 

Lo hace en la celebración de la Eucaristía; y lo hace en la Adoración eucarística reparadora, que «se enraíza en la celebración de la Eucaristía y es un tiempo de contemplación con Jesús resucitado, el Hijo amado del Padre que ha venido para servir y dar su vida» (Constituciones, art. 53); … y lo hace también con el conjunto de su vida, que prepara y prolonga cuanto ha celebrado en la Eucaristía y contemplado en la Adoración.

 

Para el religioso de los Sagrados Corazones la Eucaristía y la Adoración son la «escuela» que frecuenta sistemáticamente, la forma de oración y encuentro con el Señor, en la que participa y entra en sintonía con las actitudes de Jesús ante el Padre y ante el mundo.

 

Desde esa experiencia se siente impulsado a cargar sobre sus hombros las necesidades de los hombres y ponerlas a los pies de Dios Padre y se reaviva la urgencia de trabajar en la transformación del mundo según los criterios del Evangelio.

 

Así, el religioso de los Sagrados Corazones, hoy y siempre, encuentra en la Eucaristía la fuente y la cumbre de su vida apostólica y comunitaria.

 

 

  1. El religioso de los Sagrados Corazones se siente urgido a una actitud evangelizadora, marcada por la misma pasión de Dios por el mundo que tan plásticamente se nos ha revelado en Jesús.

 

Entrando en el dinamismo interior del Amor de Cristo por su Padre y por el mundo, no le queda más remedio que dirigir la mirada especialmente a los preferidos del Señor: los pobres, los afligidos, los marginados y los que no conocen la Buena Noticia.

 

No se acerca a la realidad global del mundo de hoy, ni a cada una de las parcelas de la vida, con la mentalidad y los ojos de un político, sino con la sensibilidad de un corazón moldeado a la sombra del Corazón de Jesús.

 

Por ello, busca sobre todo la transformación del corazón humano y tiende a convertirse en alguien que siempre tiende puentes y crea lazos de comunión en el mundo.

 

En su horizonte está viva siempre una meta ambiciosa, hacer presente el Reinado de Dios, trabajar en solidaridad con los pobres y… con tanta gente de buena voluntad y tantas iniciativas humanas por una sociedad justa y reconciliada.

 

No une su vida y su destino a un lugar, a unas fidelidades geográficas o culturales de origen, ni a ninguno de tantos valores estimables que a veces podrían encerrar nuestra disponibilidad marcándole un espacio o territorio acotado para vivir el seguimiento de Jesús.

 

En la mejor tradición de la Congregación de la que es hijo, el religioso de los Sagrados Corazones está disponible para las necesidades y urgencias de la Iglesia, no descubiertas con criterios sentimentales o de oportunismo o de prestigio o de tantas cosas que mueven generalmente las opciones en la vida de los hombres, sino a la luz transparente del Espíritu de Jesús, de su Evangelio.

 

El religioso de los Sagrados Corazones está dispuesto por eso mismo a adaptarse una y mil veces y a comenzar de nuevo, según lo vayan exigiendo las circunstancias y acontecimientos.

 

Esto trae consigo una fuerte dimensión misionera, que se manifiesta sobre todo en hacerse presente en los lugares a los que la Iglesia nos llame y situando como familia religiosa a los miembros más vigorosos en las misiones ‘ad gentes’ como opción preferente.

 

 

  1. El religioso de los Sagrados Corazones mantiene viva la memoria de lo que los Fundadores quisieron que definiera a sus hijos: «una ardiente pasión por Dios y por el mundo», eso que con una «palabra de familia» llamaron entonces «el celo por Dios y el celo por la misión».

 

El religioso de los Sagrados Corazones lleva dentro esa doble pasión: la «pasión por Dios y por el mundo».

 

Lo hace siguiendo la estela dejada por Jesús y su Corazón traspasado, como puerta de acceso confiado a Dios y al mismo tiempo como expresión de un Dios abierto enteramente – «del costado del Crucificado brotaba sangre y agua», dice el Evangelio de Juan – y hasta el final a la salvación de los hombres.

 

«Pasión de Dios», en el origen de todo, como una manera más de expresar que «Dios es Amor» y el amor es siempre activo. Un «Dios apasionado» por el mundo, porque la realidad entera brota de su amor y porque esa realidad está demasiado atravesada por una presencia fuerte del mal y del pecado con todas sus consecuencias.

 

Por eso, «padece» Dios, y sobre todo y especialmente por la suerte de sus hijos más débiles, los pobres, los pecadores, los enfermos, los niños,… La contemplación incansable de cómo mira Dios al mundo concentra la atención y el afecto del religioso y es la fuente que alimenta una gran pasión capaz de unificar todos los pequeños deseos dispersos.

 

Toda la vida del Fundador, abrasada por el amor a las almas, fue una larga y, a menudo, heroica entrega.

 

Fue un pastor que jamás calculó su «celo». Se trata de un celo o entrega apasionada que brota del amor que Jesús nos tiene, y solamente desde ahí libera todas las energías para responder, sin medir riesgos ni otras consecuencias, a las necesidades de la Iglesia y del mundo.

 

Por todo lo dicho, el «celo», o, si se quiere, la «pasión», así entendida, como evocadora del «amor intenso» de Dios por el mundo y como expresión del carácter intensivo y totalizante de la respuesta que Dios espera de quienes quieren seguirlo, es una palabra clave para el religioso de los Sagrados Corazones.

 

 

  1. El religioso de los Sagrados Corazones entra en relación con sus hermanos de comunidad y de la Congregación y con todos, a partir de la experiencia de Dios y la mirada a la realidad que se ha descrito, y eso marca no solamente su talante personal sino la manera de vivir juntos en comunidad.

 

El religioso de los Sagrados Corazones vive en comunidad: vive su vocación y realiza su misión junto con otros hermanos.

 

La vida en comunidad es un rasgo de toda vida religiosa, aunque con modalidades y acentos bien diferentes en cada una.

 

En nuestra Congregación tiene un acento muy peculiar. De cuanto se ha dicho brota una manera de ser y de convivir, que normalmente es bastante accesible y resulta fácil de apreciar, aunque se desconozca la fuente espiritual en la que tiene su secreto.

 

Es un estilo de vida personal y en comunidad sencillo y abierto, compasivo y misericordioso, tierno y personal, «un espíritu de familia» como alma de las relaciones dentro de la comunidad.

 

Un estilo de convivencia, que puede y debe convertirse en el primero y más eficaz testimonio de la fraternidad a la que invita el Evangelio a todos y en un signo de credibilidad del Amor de Dios que anunciamos, al verlo realizado y visible, aunque sea de forma limitada, en una comunidad.

 

En ella, los vínculos no nacen de las afinidades personales u otras razones de índole humana, sino de la contemplación de la Persona de Jesús, signo del amor de Dios para con todos los hombres.

 

Eso aporta a toda nuestra vida todo un sentido de interioridad, de confianza, de acogida cordial, de perdón y comprensión, y es además una excelente aportación a nuestro mundo tan poco rico y al mismo tiempo tan necesitado de esas actitudes de «familia».

 

 

  1. El religioso de los Sagrados Corazones se sabe depositario de un tesoro, los Corazones de Jesús y de María. Es la fuente que le alimenta y da sentido a su vida, y la clave a través de la cual se entiende a sí mismo y su misión…. Y lo que llena el corazón se contagia. Así puede enriquecer a las otras vocaciones cristianas.

 

En mayor o menor medida, cuando una persona vive en relación con el religioso o la comunidad de los Sagrados Corazones «bebe no solamente de su propio pozo», sino en las fuentes de «los Sagrados Corazones». Toma de esa mesa común ingredientes, que van alimentando y clarificando su vida. Encuentra ayuda para descubrir las exigencias de su seguimiento de Jesús e impulso para identificarse con Él.

 

De alguna manera, va haciendo suyo también lo que apasiona y es el secreto de los religiosos de los Sagrados Corazones que viven a su lado.

 

En ese contexto, podrá ocurrir que la manera como esa persona quiere comprender y vivir a Dios, y plantearse las relaciones interpersonales, y la forma de poner su vida en juego para la transformación del mundo en el Reino de Dios, encuentre luz en el carisma y espiritualidad de la Congregación de los Hermanos y Hermanas de los Sagrados Corazones.

 

Podrá hacerlo, si ésa es la llamada que el Señor le dirige, haciéndose religioso o religiosa de la misma, para llevar adelante cuanto en los apartados anteriores se ha descrito, al presentar el perfil de un religioso de los Sagrados Corazones. Nuestra Congregación, en efecto, tiene una rama masculina (Hermanos) y otra femenina (Hermanas), unidos por un mismo carisma y una misma misión.

 

Así fuimos fundados, y los hombres y mujeres que se incorporan a la Congregación desde el comienzo y hasta hoy estuvieron y están vinculados por una misma vocación y espiritualidad y entregados a una misma misión.

 

Existe la posibilidad también de establecer vínculos de pertenencia desde su propio estado de vida y trabajo como laico, incorporándose a la Congregación a través de la oferta que ésta le hace de participación en el carisma, espiritualidad y misión de los Sagrados Corazones (rama secular de los Sagrados Corazones).

 

Podrá siempre vivir en las obras animadas por alguna comunidad de los Sagrados Corazones, en la que celebra su fe y ofrece su colaboración junto a otros en esa común tarea de la evangelización y trabajo por hacer presente el Reino de Dios en nuestro mundo, en verdadera cercanía afectiva con los religiosos y desde el compromiso corresponsable en la misión concreta propia de esa obra de la Congregación.

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