Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí; ¡ha resucitado!, como había dicho
(Mt 28, 5-6)
Esta es la buena noticia que reciben María Magdalena y otra discípula de Jesús cuando acuden a visitar el sepulcro donde habían dejado el cuerpo muerto de Jesús y esta es la buena noticia que recibimos también nosotros en este día de Pascua. La vida de Jesús y su entrega hasta el extremo de morir en la cruz han sido acogidas por Dios, que no permite que permanezca en la muerte, sino que lo devuelve a la vida para vivir en plenitud.
El inesperado anuncio de la resurrección de Jesús llenó de miedo y alegría a aquellas mujeres que lloraban por el amigo muerto y les hizo salir corriendo para anunciar la buena noticia al resto de los discípulos. Y, por más que venga repitiéndose año tras año desde hace casi veinte siglos, el anuncio de la resurrección de Jesús no ha perdido nada de su novedad ni de su bondad, sigue siendo la buena noticia entre todas las noticias buenas que podamos escuchar o contar.
La noticia de la Pascua es la única capaz de cambiar de verdad la vida de cada uno de nosotros y el curso de la historia de nuestro mundo. Es buena noticia para los que sufren, para los que padecen enfermedad, para los que pasan hambre, para los que son víctimas de la violencia o la guerra, para los que son tratados injustamente. Es buena noticia para los que murieron ayer, para lo que mueren hoy y para los que moriremos mañana, pues a todos se nos abre una puerta hacia la vida con la resurrección de Jesús.
Así, la Pascua de Jesús es también nuestra pascua y nos permite mirarnos con una luz nueva: “habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él” (Col 3, 3-4).
¡Feliz Pascua de Resurrección!