HISTORIA DE LOS SS.CC

El desarrollo posterior a los Fundadores (1837-1853)

 

Las sucesoras de la Fundadora fueron Françoise de Viart (1834-1850) y Constance Jobert (1850-1853). A la muerte del Fundador, le sucedió monseñor Rafael Bonamie (1837-1853).

 

En este período la Congregación sufrió fuertes tensiones internas. ¿Se debía continuar el estilo de vida y de trabajo configurado progresivamente en el tiempo de los Fundadores o debía ser adaptado a los cambios de la sociedad, de la Iglesia, de la vida religiosa y tenerse en cuenta la nueva situación que se crea sin la presencia carismática de ellos?.

Estuvo a punto de romperse la comunión de la Congregación, no sólo momentáneamente y como un paréntesis, sino de forma definitiva.

Es un fenómeno que se repite en la historia de la vida religiosa cuando la generación que ha vivido con los Fundadores tiene que ensayar una situación en la que nuevas normas suplan la referencia a la propia persona de los Fundadores.

 

A pesar de esas tensiones, la Congregación comenzó a crecer. Fundan los hermanos la primera casa fuera de Francia, en Lovaina (Bélgica), las Hermanas fueron a Chile y Perú.

Aumentó sin cesar el número de hermanos enviados a América Latina y a Oceanía.

Lo profundamente que deseaba la Congregación comprometerse con las misiones podemos apreciarlo en el hecho de que tuviese un barco propio, el «Marie-Joseph», que naufragó con 14 hermanos y 10 hermanas, camino de Oceanía.

 

La espiritualidad de los hermanos y hermanas era la misma del tiempo de los Fundadores.

Ellos habían puesto los cimientos y se continuaba edificando la vida sobre ellos, por más que existieran algunas diferencias en la forma práctica de vivirlos.

El tiempo del restablecimiento y de la reflexión (1853-1870)

 

Tras el momento delicado de la confrontación y del cisma, felizmente resuelto, llega un tiempo, bajo el liderazgo de los nuevos Superiores Generales: Eutimio Rouchouze (1853-1869) y Gabriela Aymer (1853-1866), en el que inicialmente hubo un período de calma y de cierta paralización, pero también de reflexión, de vuelta sobre sí mismo y de preocupación por el crecimiento buscando nuevos miembros para la Congregación.

 

El P. Eutimio Rouchouze era un hombre de gran hondura espiritual. Estaba especialmente interesado en la consagración a los Sagrados Corazones de Jesús y de María y el papel de ambos en el misterio de la salvación.

Acentuó como camino espiritual el asumir el sufrimiento, completando la pasión del Señor por su Cuerpo que es la Iglesia. Al terminar su vida, la Comunidad había recuperado su entusiasmo apostólico y su unión fraterna, en un espíritu de fidelidad a su carisma.

 

La primera opción de la comunidad era el trabajo de las misiones extranjeras. Las hermanas llegan a Honolulú y a Ecuador.

Para preparar a los misioneros se crearon las «escuelas apostólicas»: acogían la abundancia de jóvenes, muchos de fuera de Francia, que deseaban ingresar en la Congregación, precisamente por ese rasgo que conocían por las revistas misioneras de entonces.

Fruto y expresión de esta realidad es el P. Damián de Molokai, que a los treinta y tres años de edad se ofreció al Vicario Apostólico para ser «sepultado vivo» con los leprosos en Molokai (archipiélago de Hawai). Desde el principio se identifica con los enfermos y llegará a decir: nosotros los leprosos, una identificación que no es de palabra y por ello llegará el día en que el mal se manifieste en su carne y comience su lenta destrucción, hasta la muerte.

 

Las Hermanas se concentraron sobre todo en la educación, especialmente de los niños pobres; también los hermanos asumieron un papel activo en ese campo.

Se hicieron famosos los colegios de la Congregación, así como el trabajo de los hermanos en la formación del clero secular.

Un crecimiento acelerado (1870-1914)

 

Durante el gobierno de los Superiores Generales Marcelino Bousquet (1869-1911) y Benjamine le Blais (1866-1879), Angele Chauvin (1879-1893) y Marie-Claire Pecuchet (1894-1925) la Congregación se desarrolló con gran rapidez, ya que había gran afluencia de candidatos.

La fama del P. Damián de Veuster llevó a muchos jóvenes a entrar en la Congregación.

 

El carácter anticlerical del gobierno francés obligó a hermanos y hermanas a fundar comunidades fuera de Francia, es cuando la Congregación se hace verdaderamente internacional.

Las Hermanas fundan comunidades en España(1881), Bélgica, Inglaterra, Holanda y EE.UU.; los Hermanos se establecen en España (1880), Holanda, Inglaterra y EE.UU. De ahí, la necesidad de la división de la Congregación en Provincias en la rama de los hermanos.

 

También es el momento de la persecución religiosa en Francia; fueron ajusticiados cuatro consejeros generales, los llamados mártires de la Commune.

En la comunidad de Picpus es donde más se sufrieron las consecuencias de esta situación, que se hizo tan imposible de continuar que el propio Gobierno General de los Hermanos terminará por establecer su sede fuera de Francia, en Braine-le-Comte (Bélgica).

 

Una figura notable de la Congregación en este tiempo es la del P. Mateo Crawley-Boevey.

El Papa Pío X y el Padre General le pidieron predicar la Entronización del Sagrado Corazón en los Hogares de todo el mundo, una forma de apostolado de las familias que llegó a ser una actividad bien organizada y floreciente de nuestra Congregación en todas partes.

 

En este período de crecimiento y expansión se pone por escrito aquello que se vive, la espiritualidad propia de la Congregación. En 1898 se publica «El religioso de los Sagrados Corazones».

Desarrollo tranquilo y asentamiento (1914-1940)

 

El P. Flavián Prat (1912-1938) y las hermanas Marie-Claire Pecuchet (1894-1925) y Benjamine de Noual de la Billiais (1925-1948) son quienes lideran la rama de los hermanos y hermanas en este período, el de la primera Guerra Mundial y el período anterior a la Segunda Guerra Mundial.

La guerra ocasionó víctimas entre los miembros de la Congregación y daños en las casas.

 

Después de la primera Guerra Mundial hubo nuevamente un periodo de crecimiento en toda la Congregación y los hermanos lo supieron aprovechar.

Ya existían las Provincias de Francia, Bélgica y América Latina y se crearán las de Alemania, España y Holanda.

Y se empieza a estar presentes en Noruega, Portugal y Austria. Se inicia también la presencia de la Congregación en Asia y África.

 

Pero la Guerra Civil Española (trece hermanos fueron asesinados) fue el preludio de un desastre de alcance mundial.

No es un tiempo, el de «entreguerras», en el que los hermanos y hermanas de la Congregación se abran a una verdadera renovación y profundización de la espiritualidad.

Será preciso esperar a que los cambios inmensos que se están dando en la sociedad abran interrogantes y éstos sean escuchados; en realidad, será preciso esperar a los tiempos del Vaticano II (1962-1965).

La Congregación hasta entonces vive de la tradición recibida y no emprende nuevas rutas.

La transición a un nuevo período (1940-1960)

 

En 1938 el P. Juan du Coeur de Jésus d’Elbée fue elegido Superior General de los Hermanos.

En 1958 renunció a serlo «de por vida» (así era hasta entonces) y le sucedió el P. Enrique Systermans, belga, el primer Superior General no francés. Durante su gobierno, a pesar de los estragos de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la Comunidad se multiplicó rápidamente: de 1143 profesos en 1935, pasó a 2000 en 1958. Las Hermanas en 1955 eran 1500.

Es tiempo también de crecimiento en cuanto a los países con presencia de la Congregación: por ejemplo, se hacen fundaciones de los hermanos en Polonia, Irlanda y Canadá.

 

Pero los años 50 señalan un tiempo en el que comienzan a darse algunos cambios.

Cada vez se sentía con mayor fuerza la necesidad de reformular nuestra herencia espiritual desde nuevas perspectivas teológicas, bíblicas e históricas. En esa dirección se tomaron diversas iniciativas.

Con todo, el vuelco dramático que supuso el Concilio Vaticano II es el que desencadenó una apertura a caminos totalmente nuevos. A partir de ahí se va abriendo, cada vez más decididamente, lo que podemos llamar el «hoy» de la Congregación, con todas sus luces y todas sus sombras, con sus riquezas y sus desafíos, con sus lugares de crecimiento y de muerte o de vida con difíciles perspectivas de futuro.

La Congregación del Vaticano II hasta hoy (1958-actualidad)

 

Los profundos cambios que se dan en la sociedad y en la Iglesia a lo largo de esta segunda mitad del siglo XX acompañan y repercuten en la vida de la Congregación.

A lo largo de este tiempo se suceden como Superiores Generales (desde ahora van a ser «ad tempus», por seis o doce años como máximo) el belga H. Systermans (1958-1970), el holandés Jan Scheepens (1970-1982), el irlandés Patrick Bradley (1982-1994), el español Enrique Losada (1994-2006) y desde 2006 hasta la actualidad Javier Álvarez-Ossorio, también español.

Y en la rama de las hermanas Zenaide Lorier (1948-1964), Brigid Mary McSweeney (1964-75), las españolas María Paloma Aguirre (1975-83) y María Pía Lafont (1983-1994), Jeanne Cadiou (1994-2006) y la española Rosa Mª Ferreiro (desde 2006).

 

Se trata de una época de muchos cambios y tensiones en la Congregación, que solamente cabe enumerar sin profundizar en ellas.

 

El Concilio Vaticano II (1962-1965) suscitó una profunda reflexión sobre la naturaleza y misión de la Iglesia en el mundo.

Hizo inventario de la situación y propuso caminos de futuro. También para esa parcela de la Iglesia, que es la vida religiosa.

El decreto «Perfectae Charitatis» marca de alguna manera pistas básicas para la renovación y de ahí deriva una corriente de vida que está en medio de las tensiones que viven todas las Congregaciones entre la fidelidad a la tradición y la búsqueda de nuevos modos de vida y misión para la vida religiosa hoy.

En lo que se refiere a los hermanos (las hermanas, antes a veces y alguna vez después, han ido dando pasos parecidos), podemos describir los hitos de una crisis profunda de la Congregación:

El Vaticano II abre todas las puertas y en los solamente 12 años de H. Systermans (1958-1970) «cambia casi todo».

Se acentúa la descentralización de la Congregación, las Provincias pueden tener capítulos provinciales con capacidad para tomar decisiones en muchos asuntos. Se va incubando una tensión entre lo que es la vida de los religiosos, más pegada a la misión e inserción en la Iglesia local y esa dimensión de «comunidad internacional», de Congregación, que queda sin posibilidades de garantizar la unidad.

 

Así llegamos al Capítulo General de 1982, que ofreció a la Congregación un programa para el futuro: construir un mundo más justo en solidaridad con los pobres, lograr una renovada e inspirada vida comunitaria en todos los niveles, buscar juntos lo que es esencial en nuestro carisma y misión.

Unas pistas de crecimiento que fueron alimentadas especialmente con la presencia frecuente del Gobierno General en las Provincias (Capítulos Provinciales, Conferencias continentales, encuentros internacionales …) y con profundización y la animación a poner en práctica iniciativas en sintonía con esas tres líneas de crecimiento.

 

Por esos años también tiene lugar el proceso de participación de toda la Congregación en la elaboración progresiva de las nuevas Constituciones y Estatutos de la Congregación.

Aún contando con las diferencias, van apareciendo puntos de encuentro, muchos más que en el reciente pasado que le precede. Y se va abriendo paso progresivamente, desde la gran autonomía de las Provincias, un sentimiento de pertenencia a una misma comunidad internacional, en la que todos sus miembros viven y trabajan con un mismo carisma y con una misma y común visión y misión.

Una nueva conciencia que se expresa de muchos modos en la vida y que en amplitud mundial abre paso también a la idea de estar en otros continentes, no solamente en perspectiva de misión, sino también en la de llegar a ser Congregación con el «rostro» propio de cada continente o país: en Africa, en Asia, en Indonesia, en algunos países de América Latina.

 

A esta evolución más estructural le ha acompañado algo que da vida e ilusión y con lo que se identifican las nuevas generaciones de religiosos/as, que no son prisioneras de ningún pasado, aunque valoren apasionadamente nuestros orígenes como Congregación.

Podríamos decir que la Congregación ha vivido un largo camino en las últimas décadas en busca de nuestro carisma ss.cc.. La invitación a hacerlo venía ya del Concilio.

Ya las Constituciones de 1964 recogen elementos y sensibilidad que en algún aspecto suena a futuro; luego, en 1970, la Regla de Vida, de tanto valor e inspiración para muchos miembros de la Congregación durante estos años; estudios sobre algún punto del carisma y sobre todo otros de índole histórica sobre la época de los Fundadores y la Comunidad primera; ensayos de reformulación del carisma a los que se atrevieron desde perspectivas diferentes algunos hermanos; la carta de Pat Bradley sobre nuestro carisma e identidad ss.cc.; la elaboración conjunta por los hermanos y hermanas del Capítulo primero de las Constituciones, «nuestra vocación y misión ss.cc.», en 1988; entre otros, ésos son jalones de un movimiento positivo, generador de identidad, de vida, de esperanza para la Congregación hoy.

 

Con ese bagaje espiritual y organizativo, la Congregación va adquiriendo una fisonomía multicolor.

Afronta el futuro, desde la diversidad que enriquece al estar animada por una misma espiritualidad y misión: con desafíos diferentes en el continente europeo o América del Norte que en los países de América Latina; con presencias muy asentadas, junto a otras apenas estrenadas, en Asia o en África; con una camino de unidad, relación en la vida y colaboración en la misión entre los hermanos y las hermanas; con el reto no solamente de vivir de forma significativa el carisma ss.cc. en masculino y femenino, sino además en los diferentes «estados de vida» en los que encarnan los cristianos su trayectoria vital.

 

Esa es la Congregación de los Sagrados Corazones que es en la actualidad una sola Congregación, una familia ss.cc. de religiosos, religiosas y laicos.

En el Capítulo General de 2006 de los hermanos, se subraya el hecho de que el Señor nos llama a ser contemplativos, compañeros y compasivos.

Se trata, ante todo, de contemplar a Jesús, su persona, su palabra, su presencia siempre actual. De acompañarnos mutuamente y de extender la fraternidad en los más diversos ámbitos.

De traducir esa contemplación y fraternidad en compasión, que testimonia el amor de Dios especialmente a los más débiles y marginados.

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