El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto.
Mateo 1, 18-24
Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros».»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.
Viendo la panorámica del mundo, cómo va Ucrania con Rusia en el enmarañado trasfondo de la política global, la guerra que está viviendo la República Democrática del Congo y otros conflictos silenciados, la crisis económica, las secuelas de la pandemia, … uno dice: “¡Dios mío!”. Cuando tus pies tocan lo sagrado de los pobres, en una aldea de enfermos de lepra o en una residencia de ancianos con diferentes trastornos, no dejas de sorprenderte de las otras caras de la realidad, las que se ven menos y las que nos hacen preguntarnos: ¿Estamos para sueños?
He encontrado sueños paradójicos, de jóvenes migrantes hondureños que suben al tren de La Muerte para cruzar México y llegar a la frontera de Estados Unidos. Algunos de ellos, en el cansancio y el frío de la noche, se quedan dormidos y el tren los desprende como si fueran objetos voladores. Son muy duros los sueños de los pobres de verdad.
En medio de este panorama nos encontramos con el sueño de José. Tampoco es una situación fácil para un varón del linaje de David. Incertidumbres, preguntas, sombras… La persona del esposo de María nos muestra que, incluso en las noches más oscuras, siempre hay posibilidades para la fe, en Dios y en los otros. Siempre hay razones para esperar y confiar, porque el que es la Palabra va a acampar en medio de nosotros para compartir esa misma oscuridad. Hará camino para convertirse en compañía iluminadora de nuestras contradicciones, búsquedas y deseos más profundos.
Los últimos días del Adviento son especialmente adecuados para prepararnos para acoger al Mesías. Abramos nuestros brazos, seamos -como nos pide el documento de la Etapa Continental del Sínodo-, tienda de campaña que se ensancha para acoger al Viniente y a tantos otros que quieren cobijarse al calor de la comunidad y de la vida. Así que podemos responder, reconociendo los diversos obstáculos, que sí, que estamos todavía para sueños.
Fernando Cordero ss.cc.