En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»
Juan 15, 9-17
Amor sin(zero)
Recuerdo que cuando era pequeño tomábamos el aperitivo todos los domingos en casa de mi abuela, el vermut (como se dice en mi tierra). Los mayores lo acompañaban de cervezas, mientras mi abuela y yo compartíamos una Coca-Cola. Por aquel entonces no existía la gama extensa que tenemos hoy en día, así que en la nevera solo había con o sin cafeína. Pronto apareció en el mercado la Coca-Cola sin azúcar, y con ella un gran número de consumidores, tantos que cada vez que alguien quiere disfrutar de un buen refresco con todo su azúcar, tenga que especificar que lo quiere normal, no “zero”.
Algo parecido sucedió con el amor en tiempos de Jesús. Así no sorprende que en la lectura se reivindique algo tan común como una Coca-Cola que contenga azúcar. El amor consiste básicamente en hacer vida los 5 verbos que la lectura remarca de principio a fin: Permanecer, alegrarse, dar, conocer y elegir. Verbos que de forma aislada nos pueden resultar un poco fríos, pero que, como el amor, amplían su sentido y significado cuando le ponemos carne, cuando pensamos en permanecer en el amor de alguien en concreto, en la alegría que nos produce una relación en particular, en dar, conocer o elegir cosas muy especiales, para personas que de verdad nos importan.
Es entonces cuando el amor se convierte en algo heroico. Tan común que casi no llama la atención, pero tan revolucionario que quienes lo viven se sienten tremendamente únicos. La heroicidad pasa entonces por reconocer que estamos dispuestos a dar la vida por aquellos que amamos, que en nuestra vida, nuestras preocupaciones no son el centro, y que nuestro mundo se detiene cuando lo que está en juego es la vida de los que de verdad queremos. ¿Hay algo o alguien por quienes estamos dispuestos a dar la vida? ¿Hay alguien que la daría por nosotros?
Como es habitual, si algo sucedía en la época de Jesús, es porque también en nuestros días tiene posibilidades de estar sucediendo. Es posible que en nuestros días estemos viviendo una edulcoración del amor, viviendo un amor “zero”, bajo en azúcares, con sabor parecido al amor normal, pero sin la misma gracia. Un amor a veces autocentrado, que nos lleva a cuidarnos mucho, a mirar por nuestra línea, porque somos muchas veces el centro de nuestras acciones. La llamada que Jesús nos hace es a vivir un amor de entrega, que busca dar todo lo que tiene; un amor de salida, que sabe que su centro no está en el ombligo sino en Dios y en los demás; un amor que permanece, porque la fidelidad gana en sentido cuando vienen las dificultades; un amor que conoce, porque no se quedó en la corteza de las relaciones; un amor que se alegra, porque sabe disfrutar con los otros. En definitiva, un amor que da la vida, que se engorda, un amor sin(zero).