En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas, de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.» Entonces los justos le contestarán: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?» Y el rey les dirá: «Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.» Y entonces dirá a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistirnos?» Y él replicará: «Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.» Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»
Mateo 25, 31-46
Extraño poder de un Rey
El último domingo del año litúrgico, celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Jesús resucitado es Señor de todo lo creado y, sentado a la derecha del Padre, lo gobierna todo con su poder. Mas no hemos de entender este reinado de Jesús desde claves que pueden ser las nuestras, pero no las suyas.
Jesús aceptó el título de rey, cuando se aproximaba su muerte: entrando en Jerusalén, siendo juzgado por Poncio Pilato o estando colgado en la cruz. Los primeros que le llamaron rey, después de su condena a muerte, lo hicieron para burlarse de él. La mejor imagen de Cristo Rey es la de Jesús crucificado, cuando tiene por trono la cruz, las vestiduras reales son su piel desnuda, en sus manos no hay más cetro que unos clavos y en su cabeza una corona de espinas. ¿Dónde está o cuál es el poder de este rey?
Su poder no es otro que el que le lleva a identificarse con aquellos de los que nos habla el evangelio de hoy: con el que tiene hambre o sed, con el forastero, emigrante o refugiado, con el que está desnudo, enfermo o en la cárcel. Su poder es el del amor, que le lleva a ponerse a nuestra altura y al servicio de los más pequeños y abandonados, identificándose con aquellos que pasan desapercibidos para quienes se creen importantes o viven bien, despreocupados de los demás.
Jesús nunca pasó indiferente ante el sufrimiento de los demás y su acto supremo de amor, al entregar la vida en la cruz, fue acogido por el Padre, que lo resucitó, y con él vive y reina para siempre. Pero si queremos ser sus discípulos, vivir con él y seguirlo, lo encontramos en los pobres, en los que pasan hambre o sed, son extranjeros, o están desnudos, enfermos o en la cárcel.