¿Quién decís que soy yo?
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Mateo 16, 13-20
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Aunque cueste escucharlo, se va acabando el verano, tiempo en el que muchos de vosotros habéis vivido actividades pastorales en las que se busca especialmente el encuentro con Dios, ya sea a través del servicio a los otros, la reflexión, la oración, la convivencia, la experiencia eclesial… En esta ocasión me gustaría dirigirme especialmente a vosotros, porque ya han pasado varias semanas desde que vivisteis estos momentos.
El evangelio de este domingo nos pregunta a cada uno: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» ¡Menuda pregunta! ¿Tenemos respuesta para ello? No lo que dice la gente, puesto que eso no parece tan importante para Jesús en el diálogo con sus discípulos, sino yo mismo ¿qué digo?, ¿cuál es mi respuesta hoy?, ¿qué sigue de fondo como certeza de mis experiencias del verano? Aquello que vaya quedando, hay que agarrarlo y cuidarlo con fuerza, porque es la raíz en la que crece nuestra misión. Así lo vemos con Pedro, cuando después de responder, Jesús le dice: «Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Solo cuando Pedro da el paso a reconocer a Jesús, Él le envía, podemos decir que es como si Jesús “le esperara”.
Cada uno de nosotros somos también esperados, y somos piedra sobre la que Jesús construye su Reino, contando con todo lo que somos cada uno y, sobre todo, con nuestra libertad, ¿estamos dispuestos a ser esa piedra?, ¿a que Jesús tenga palabra real en nuestra vida concreta? Él lo sueña así, y espera que para nosotros también lo sea, como lo fue para Pedro. Esto no le garantizó una vida fácil, pero sí llena de vida. No le ahorró nada, pero lo ganó todo. ¿Me animo a ser una de estas piedras?