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Comentario al Evangelio del 15 de octubre de 2023 XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A

Autor: Pablo Bernal ss.cc.

Cabecera sección comentario al evangelio para el 15 de octubre de 2023

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.» Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: «La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.» Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?» El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: «Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Mateo 22, 1-14

Normas de etiqueta en el Reino de los Cielos

Este domingo, Jesús sigue explicando a qué se parece el reino de los cielos mediante parábolas. Y, como sabemos, cuando Jesús habla del reino de los cielos es que quiere mostrarnos cómo es Dios y cómo quiere relacionarse con la humanidad.

Observemos que Jesús dirige esta parábola a los sumos sacerdotes y a los ancianos de los judíos, es decir, a los dirigentes que el pueblo que Dios había escogido desde antiguo para llevar su bendición a toda la humanidad. Pues bien, la parábola comienza con un tono duro hacia este pueblo elegido: ellos, que eran los primeros destinatarios del banquete de Dios, no están haciendo caso a su invitación.

Los profetas, en especial Isaías, habían usado el símbolo del banquete para nombrar la desbordante generosidad del Buen Dios: la salvación de Dios es tan grande como un banquete en el que hay deliciosa comida en abundancia. Y sin embargo, el pueblo de Israel no fue capaz de reconocer que ese banquete de Dios se había hecho real en la persona de Jesús y su mensaje.

Los convidados no hicieron caso… pero el banquete está preparado y no puede echarse a perder, así que Dios decide buscarse un nuevo pueblo. Sale a los caminos, y dirige su oferta a todos, buenos y malos: esos somos nosotros, la Iglesia, el pueblo de Dios. Una comunidad llamada a participar del banquete que es Jesús mismo y su salvación. Por eso, no es –como algunos piensan– que los cristianos seamos mejores o poseamos a Dios. Al contrario: los miembros de la Iglesia somos aquellos con quienes Dios ha tenido una generosidad infinita, y nos ha invitado a un banquete del que jamás habríamos soñado que seríamos parte.

Y por eso sucede que en esta celebración que es el reino de Dios en la tierra no se puede estar de cualquier forma. Aquél que vive cerrado sobre sí mismo y su egoísmo, incapaz de preocuparse por su prójimo, que cree merecerse que Dios le invite a su banquete porque es muy bueno… no se ha enterado de nada. Da el cante. Desbarra tanto como el que va a una boda en chándal, escandalizando a los comensales y a quien le invitó. Y por eso, se coloca a sí mismo fuera de este banquete del Reino de Dios que solo tiene una norma de etiqueta: ir vestidos del amor al Señor Jesús y del agradecimiento de quien sabe que no se merece tanta generosidad.