Narra el evangelio que dos discípulos de Juan Bautista, al oír las palabras que dijo al ver pasar a Jesús (Este es el Cordero de Dios), siguieron a Jesús. Entonces Jesús les pregunta: ¿Qué buscáis? Ellos contestan: Maestro, ¿dónde vives?
La respuesta muestra bien a las claras su interés por conocer a Jesús, saber qué pretende, cuál es su estilo de vida… Jesús no les da explicaciones de sus proyectos y pretensiones, sino que simplemente les dice: Venid y veréis. Sobran las palabras; experimentadlo y vedlo con vuestros propios ojos. El relato añade que ellos fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él.
¿Qué verían y descubrirían en la persona de Jesús y en su estilo de vida como para quedarse con él? La respuesta nos la da Andrés, uno de los dos discípulos, pues, a su hermano Simón Pedro, entusiasmado, le dirá: Hemos encontrado al Mesías, o sea, al Cristo, al elegido y enviado de Dios.
Pero, ¿cómo era el Mesías y su estilo de vida? Simón Pedro lo sintetiza inigualablemente en el libro de los Hechos de los Apóstoles (lo recordábamos el domingo pasado: Bautismo del Señor): Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios por la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Los discípulos, en su encuentro y convivencia con Jesús de Nazaret vieron cómo se acercaba a los pobres y pequeños, a los enfermos y olvidados; vieron cómo rompía las barreras que imponían las costumbres religiosas y sociales, acogiendo a los pecadores, excluidos y extranjeros; descubrieron que en su corazón no había fronteras, que a todos ofrecía su ayuda y les hablaba de la bondad y misericordia del Padre… Esta manera de ser y de actuar de Jesús cautivó a los dos discípulos y decidieron quedarse con él.
Con la mirada puesta en el estilo de vida de Jesús, podemos leer el mensaje del Papa para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que hoy se celebra. El contenido del mensaje está en la misma línea del que escribía para la pasada Jornada Mundial de la Paz (1 de enero); tanto es así que los cuatro verbos que nos proponía para trabajar por la paz, son los que utiliza ahora como lema para esta jornada de las migraciones: Acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados.
Señala el Papa Francisco cuánto le preocupa la triste situación de tantos emigrantes y refugiados que huyen de las guerras, de las persecuciones, de los desastres naturales y de la pobreza. Señala que este hecho es sin duda un <>.
Nos recuerda que cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado en cualquier época de la historia, como claramente aparece en el evangelio: Fui forastero y me acogisteis… o no me acogisteis.
Ciertamente el problema de las migraciones es espinoso, de alcance mundial, y buscar soluciones globales atañe a los gobiernos de las naciones; por eso, el Papa, en su mensaje, va señalando actuaciones concretas que puedan ayudar a acoger, proteger, promover e integrar a los más de 250 millones de migrantes en el mundo, de los cuales 22 millones y medio son refugiados.
Cierto que no está al alcance de cada uno de nosotros el solucionar esta realidad global; pero sí debemos cambiar nuestra mentalidad y tener un talante más acogedor. El Papa nos dice que estamos llamados a responder con generosidad, diligencia, sabiduría y amplitud de miras -cada uno según sus posibilidades- a los numerosos desafíos planteados por las migraciones contemporáneas. |